TRUEQUEROS (segunda y última parte)
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El primer corazón era el de un niño que había sufrido
la pérdida de su madre. Un corazón nuevo, sano, pero cubierto por un velo de
tristeza imposible de quitar. Magdalena no lo quiso. No podría soportar un dolor inocente se dijo y pidió a la mujer que
siguiera adelante con la lista.
El
segundo corazón era el de una mujer que había perdido a un hijo en la guerra.
El dolor era tal, que el corazón aunque tenía un color rojo sangre, había
perdido su figura y parecía como si hubiera sido machado entre los dedos de una
mano fuerte. No podría soportar el dolor
de una madre que ha perdido a un hijo, pues dicen que es el dolor más profundo,
una pena imborrable se dijo y la mujer continúo con la lista.
Casi
una hora se llevó aquella lectura. Habían cerca de doscientos corazones en
los registros. El corazón de un anciano
abandonado por sus hijos. El corazón de un hombre noble que jamás supo
conciliar la existencia de un dios con la del dolor humano. El corazón de un
Mesías incomprendido por las personas. Corazones sufrientes. Corazones que
habían experimentado un dolor agudo, inaudito, que se les había vuelto
imposible seguir padeciendo. Sin embargo, de entre todos los que aparecían en
la lista, Magdalena se percató que ningún corazón traicionado había sido
abandonado en una caja y depositado en aquel mercadillo. Se dio cuenta que
ningún corazón había sufrido una decepción amorosa, sino que el sufrimiento de
aquellos desventurados corazones era un millón de veces más sublime.
Le
habían bastado unos minutos para tocar de cerca el verdadero dolor, y no lo que
ella creía que era. Se llevó las manos a la cara y secó las dos lágrimas que
habían rodado por sus mejillas, haciendo acopio de voluntad y pensando para sus
adentros que aquello era prueba suficiente para no volver a pensar en el
desgraciado de Joaquín ni en la boda que tuvo que cancelar el mismo día que
subiría de blanco al altar.
- Sufrimiento el de la mujer florista a la que el mar le arrebato a su
bebé o el del anciano escultor abandonado a su suerte por sus diez hijos en el
más sucio y oscuro asilo – pronunció en voz quedita Magdalena, mientras guardaba
su corazón en la cajita de cristal.
Cuando salió del mercadillo, algunas personas se le
quedaron mirando. Magdalena se perdió entre las multitudes de la calle. No lo
pensó mucho y regresó a España pero ahora en avión, con el alma plena pues
había aprendido una lección que no podría olvidar ni en dos vidas.